EDIPO REY: EL IMPULSO DE LA SOBERBIA (I)

 Por: Jonathan Fortich

@fortich79

@MusaParadisaca3

 


Jean Mounet-Sully como Edipo, 1896


Volvemos a Sófocles (496-406 a.n.e.) y al ciclo tebano con la que es su obra crucial: Edipo Rey, probablemente estrenada en el 429 a.n.e. La acción es la siguiente:

 

Tebas es azotada por una peste y ruega el auxilio de Edipo, el rey. Creonte, su cuñado, siguiendo un oráculo, dice que la peste se irá cuando se expulse al asesino de Layo, el rey anterior. Edipo decreta la persecución y el castigo para el criminal y sus cómplices. El Coro invoca el consejo del adivino Tiresias. Éste afirma que el asesino es Edipo quien, a su vez, lo acusa de conspirar con Creonte para derrocarlo. Yocasta, esposa de Edipo y viuda de Layo, llega. Edipo, al escuchar los detalles de la muerte de Layo, recuerda a un hombre al que mató junto a su escolta en idénticas circunstancias, tras oír un oráculo que le anunciaba que mataría a su padre y se casaría con su madre. Espera que el único sobreviviente de aquello le confirme que fueron varios los asesinos de Layo y no uno.

 

Un Mensajero le informa a Yocasta sobre la muerte de Pólibo, padre de Edipo. Éste celebra el incumplimiento del oráculo pero el Mensajero le cuenta que Pólibo no lo engendró, sino que lo recibió de manos suyas, luego de que se lo confió un pastor al servicio de Layo. Edipo hace llamar a aquel pastor. Yocasta intenta disuadirlo, luego, entra alterada al palacio. Edipo ve llegar al Servidor de Layo. El Mensajero le recuerda cuándo se conocieron y le pregunta por el niño que le entregó. Ante las amenazas de Edipo, confirma que sí le entregó un niño hijo de Layo, que Yocasta le dio para que lo matase por lo que decían los oráculos. Agrega que lo hizo por compasión. Edipo se lamenta de su destino. 

 

Un mensajero anuncia la muerte de Yocasta. Cuenta cómo Edipo encontró el cuerpo y se arrancó los ojos. Edipo sale. Pide ser muerto o desterrado. Aparece Creonte que le pide que vuelva al palacio; él a su cuñado, que lo arroje de la ciudad. Le confía a sus hijos: Antígona, Eteocles, Ismene y Polinices. Edipo se despide. Todos entran a palacio y el Corifeo se compadece de la suerte de quien fue su rey.


Edipo y La Esfinge. c. 410 a.n.e

 

El impacto histórico es innegable. Mientras que en Poética Aristóteles pone peros a la Medea de Eurípides, Edipo Rey es un ejemplo recurrente para referirse a lo que es correcto a la hora de componer historias. Para varios autores, es el auténtico comienzo de la literatura políciaca; al respecto, nuestro siempre recordado y admirado Gabriel García Márquez lo definió como: “(…) un drama griego que tiene la unidad y la tensión de un cuento, en el cual el detective descubre que él mismo es el asesino de su padre.”[1] Y por supuesto, hay que hacer la obvia referencia a Sigmund Freud: su concepto del “complejo de Edipo” ha sido visitado, empleado, cuestionado, discutido, revisado y ridiculizado en la última centuria por, prácticamente, todas las formas narrativas y más allá. Podemos no haber leído la obra pero de algún lado nos suena el nombre del personaje. De hecho, existe el adjetivo “edípico”.

 

Sobre todo desde Freud, la obra llama la atención por la situación del incesto. Durante años se creyó que esta práctica y la antropofagia eran tabúes propios de todas las culturas y se explicaban por sus perjuicios para la salud de la especie. Ciertamente es un tema aterrador para quienes hemos crecido bajo la civilización. Pero es probable que haya sido una práctica admitida en ciertos contextos milenios atrás e, incluso, es probable que la hayamos ejercido sin tener consciencia de ella en nuestros comienzos como especie. Precisamente la situación de Edipo nos lleva a especular sobre esta posibilidad ya que desconoce la identidad de sus verdaderos padres al iniciar la acción. Un poco más atrás, encontramos que el incesto era una práctica habitual entre las deidades griegas. Por ejemplo, Urano es hijo de Gea pero luego la viola reiteradamente hasta hacerle once hijos. Al final, uno de ellos, Cronos, se encargará de castrar a su padre. Otro caso: Zeus y Hera. Hermanos y esposos.

 

Ahora, si lo miramos en detalle, aunque la consciencia del incesto y el parricidio constituyen la desgracia de Edipo, no parece ser realmente este el tema de la obra. Más que una obra sobre el incesto o el parricidio, su tema parece ser la soberbia. Es el impulso de este carácter el que lleva a Edipo a su desgracia. Ella le impide reconocer las contradicciones de la realidad y ser consciente de su propia desgracia. El acto de sacarse los ojos evidencia una condición de la que no había sido consciente: su soberbia le impedía ver su desgracia.


Heinrich Füssli. Tiresias se aparece a Ulises durante el sacrificio, c. 1780

 

La soberbia de Edipo tiene un sustento sólido: realmente es un hombre inteligente y aguerrido. No es un simple fanfarrón. Por esto despierta y mantiene nuestro interés y permite que, a pesar de que el protagonista tiene un carácter que, en principio nos causaría repulsión, lleguemos a compadecernos de él, en el sentido más griego del término.

 

Sófocles ha sabido expresarnos esta soberbia desde la primera imagen de la obra. Ante el palacio real de Tebas hay un grupo de ancianos y jóvenes en actitud suplicante ante el altar de Zeus, “padre de dioses y hombres”. Esta ciudad está ubicada al sur de Beocia, a unos cincuenta kilómetros de Atenas y según la tradición mítica había sido fundada por Cadmo, el bisabuelo de Layo, tras matar a un dragón y sembrar sus dientes. De ellos, nacerían las familias nobles de la ciudad.

 

El sacerdote de Zeus camina al palacio y de él sale Edipo, escoltado por dos ayudantes. Aunque no hay acotaciones al respecto, es probable que el cambio de actitud de sacerdote ante la presencia del rey enfatice su majestuosidad. Edipo contempla al grupo suplicante y después se dirige a ellos, compadecido por la desgracia que vive su pueblo:

 

“(…) y yo, porque considero justo no enterarme por otros mensajeros, he venido en persona, yo, el llamado Edipo, famoso entre todos.”[2]

 

Tras esto, se dirige al sacerdote. Su interés pasa del pueblo a lo divino, y recordemos que los griegos eran un pueblo profundamente religioso. Además, sabe hacer las preguntas acertadas de manera clara y precisa. Antes de perder el tiempo en un genérico “¿qué pasa?”, el monarca pregunta al sacerdote si es el temor o el ruego lo que lo pone ante él. Concluye resaltando su deseo de ayudar y garantizando una respuesta compasiva a su pueblo. Pronto podemos entender la confianza de los tebanos: su líder es arrogante pero hace su trabajo. El sentimiento de envidia por parte de tantos latinoamericanos es natural: estamos habituados a jefes de estado fanfarrones y ufanos de su poder pero casi nunca les vemos cumplir con su deber.


Papyrus Oxhyrincus 1369. Edipo Rey. s. IV.

 

Sófocles no sólo nos presenta con efectividad a su protagonista; también nos crea las condiciones para que se dé un diálogo que ponga en contexto al espectador. Pero a la vez, estamos enterándonos de la situación junto con Edipo, así que hay otro elemento para que acompañemos al personaje a lo largo de la acción, aunque sea ese tipo que jamás querríamos tener en una reunión de amigos.

 

La situación que expone el sacerdote es realmente grave. Aparte de los allí presentes, todo el pueblo está en actitud de súplica porque la tierra es estéril, el ganado se debilita y las mujeres no dan a luz. “¡Odiosa epidemia!”, la llama el sacerdote. Casi como si nos advirtiera que la pandemia que hoy enfrentamos puede ser el preludio de cosas peores si no actuamos a tiempo y de manera correcta.

 

Por el sacerdote sabemos que esta eficiencia de Edipo es, además, una exigencia de sus responsabilidades políticas:

 

“Ni yo ni estos jóvenes estamos sentados como suplicantes por considerarte igual a los dioses, pero sí el primero de los hombres en los sucesos de la vida y en las intervenciones de los dioses”[3]

 

Sí, querido lector latino, (¿o europeo? ¿africano? ¿asiático? ¿oceánico?) eran más eficientes y responsables los tiranos[4] de los mitos helénicos que los jefes de nuestras “democracias”.

 

También por el sacerdote nos enteramos del origen del poder de Edipo: fue el quien liberó a Tebas de La Esfinge. Este monstruo había sido enviado por Hera para castigar a Layo por amar a Crisipo, el hijo de Pélope. Cantaba enigmas en verso y cobraba muchas vidas si estos no eran resueltos. Se cuenta que, tras oír a Edipo dar la respuesta acertada, se arrojó desde el monte en el que se encontraba. Por ello, el sacerdote le llama “el más sabio entre todos”, epíteto que en nada incomoda al monarca; y desde allí, le ruega por una solución u ayuda.


Gustave Moreau. Edipo y La Esfinge, 1864

 

La respuesta de Edipo nos muestra que la demagogia es el arma más efectiva de un político arrogante cuando hay problemas. El rey le cuenta a su pueblo que espera la vuelta de Creonte que fue enviado al oráculo de Delfos en busca de consejo. Aunque hoy esto nos pueda parecer tan ridículo como encomendar la solución a la pandemia del COVID-19 a la Virgen María, debemos tener en cuenta que las actividades de adivinación eran tomadas con mucha seriedad por los griegos. Incluso, un jefe militar podía ser visto con desconfianza si no tomaba sus decisiones a partir de las interpretaciones de algún lector de presagios. Para ponerlo en términos contemporáneos, imaginémonos que Edipo ha enviado a su jefe de gabinete a buscar asesoría en los mejores. Sí, lectores de América Latina, también siento su pena y su envidia.

 

Pero viéndolo en detalle, Edipo nos ha develado que sus primeras palabras no fueron del todo ciertas. No ha salido a enterarse por el sacerdote del mal que sufre su pueblo. Como lectores, no nos hemos enterado de la desgracia al tiempo que él. Se ha enterado del problema, ha reflexionado al respecto y ha tomado su decisión. Eso parece correcto y está bien. Pero no se corresponde con sus palabras anteriores. Así sus razones e intenciones parezcan nobles, Edipo miente. ¿Pero por qué no lo juzgamos por mentiroso? Porque antes de su mentira hay un “análisis” lleno de compasión:

 

“(…) vuestro dolor llega sólo a cada uno en sí mismo y a ningún otro, mientras que mi ánimo se duele, al tiempo, por la ciudad y por mí y por ti.”[5]

 

Esto es un auténtico mensaje de compasión de un jefe de estado. Expresarse en términos como “me siento secuestrado” o, “estoy muy triste por mi señora y mis hijos”, es un cobarde llamado a inspirar lástima. Nada que ver con el unirse al padecer del otro, que buscaba la tragedia griega.

 

Y porque el arte permite ciertas licencias al principio de la acción, es justo en ese momento que el sacerdote anuncia la llegada de Creonte con un mensaje esperanzador, ya que va tocado con ramas de laurel. Éste es el árbol de Apolo y los mensajeros coronados con sus hojas son portadores de buenas noticias. ¿No es una hermosa contradicción estética ver a un tipo arrogante y soberbio traer esperanza?

 

El reporte de Creonte incluye una solución muy sencilla al problema: la orden de Febo Apolo es que se destierre o se mate al asesino Layo. Edipo pregunta por el paradero de esa persona y su cuñado le responde que, según el oráculo, está en tierra tebana. Y a continuación, lo que parece un comentario superficial de Creonte, nos resuena como un mensaje para Edipo: “Lo que es buscado puede ser cogido, pero se escapa lo que pasamos por alto”[6].

 

Gracias por su apoyo y paciencia. Nos vemos en la próxima entrega. Quedamos atentos a sus comentarios y preguntas. Si les interesa participar de nuestras actividades pueden escribirnos a nuestro correo electrónico: musaxxparadisiaca@gmail.com

 

Segunda parte

[1] Gabriel García Márquez. “¿Todo cuento es un cuento chino?”. En: Eduardo Heras León (comp.). Los desafíos de la ficción (Técnicas Narrativas). La Habana: Casa Editora Abril. 2001, p. 274.

[2] Sófocles. Edipo Rey. En: Tragedias. Trad.: A. Alamillo. Madrid: Editorial Gredos, S.A. 2006.

[3] Ibíd., pp. 200-201.

[4] El título original de la obra es Oι̉δίπoυς τύραννoςOidipous Tyrannos. La palabra “rey” viene del latín rex. Es decir, es posterior en el tiempo.

[5] Ibíd. pp. 201-202.

[6] Ibíd. p. 203.

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