EDIPO REY: EL IMPULSO DE LA SOBERBIA (III)

Por Jonathan Fortich

El Coro de ancianos tebanos entra saludando al "oráculo de Zeus". Esto, porque se entendía que el Cronida hablaba por boca de su hijo Febo Apolo. Como en muchas tragedias y casi en toda expresión de la cultura griega, el canto del coro está marcado por lo religioso. En este caso, el origen del Coro está ligado a las ceremonias en honor a Dionisos, dios del vino. Las palabras del Coro describen su estado de ánimo: "tenso por el miedo, temblando de espanto (...)" (v. 153). Entran para enterarse de la información que trae Creonte y que los espectadores ya conocen.

Zeus de Esmirna, c. 250

La siguiente invocación es a Atenea, de ojos azules, y a Ártemis, la asaeteadora; para luego volver a su hermano Apolo. El Coro pide a esas deidades que se hagan visibles. Una solicitud que no se puede atender de manera literal sino que, ante la desgracia, piden a los dioses que actúen de tal forma en favor de la comunidad, que el resultado de su obrar sea tangible; en este caso, que acabe la peste que azota a Tebas.

Cabeza de Apolo tipo Kassell, c. 200

Edipo sale y se dirige al Coro, dando inicio al primer episodio. Volvemos a una situación de paralelo; una fórmula recurrente en el texto y otras obras de Sófocles y que, en la medida en que se aproxima el final, cada paralelo parece plantear una suerte de "unión y lucha de contrarios". Otra vez tenemos al rey frente a su desesperado pueblo. De nuevo, sale para darles una esperanza: Sus palabras vuelven a parecernos un anuncio inconsciente de su desgracia
"Y yo diré lo que sigue, como quien no tiene nada que ver con este relato ni con este hecho. Porque yo mismo no podría seguir por mucho tiempo la pista sin tener ni un rastro." (vv. 220-223)
En este punto anuncia a su pueblo, sin saberlo, su condena:

"(...) aquel de vosotros que sepa por obra de quién murió Layo, el hijo de Lábdaco, le ordeno que me lo revele todo y, si siente temor, que aleje la acusación que pesa sobre sí mismo, ya que ninguna otra pena sufrirá y saldrá sano y salvo del país." (...) "Si, por el contrario, calláis y alguno temiendo por un amigo o por sí mismo trata de rechazar esta orden, lo que haré con ellos debéis escucharme. Prohíbo que en este país, del que yo poseo el poder y el trono, alguien acoja y dirija la palabra a este hombre, quienquiera que sea, y que se haga partícipe con él en súplicas o sacrificios a los dioses y que le permita las abluciones. Mando que todos lo expulsen, sabiendo que es una impureza para nosotros, según me lo acaba de revelar el oráculo pítico del dios. Ésta es la clase de alianza que yo tengo para con la divinidad y para el muerto. Y pido solemnemente que, el que a escondidas lo ha hecho, sea en solitario, sea en compañía de otros, desventurado, consuma su miserable vida de mala manera. E impreco para que, si llega a estar en mi propio palacio y yo tengo conocimiento de ello, padezca yo lo que acabo de desear a estos." (vv. 225-252)

Incrementando la paradoja, Edipo insiste en la necesidad de expiar el asesinato de Layo como parte de los deberes que se han de tener para con un monarca. Tiene ahora más motivos para llevar la indagación hasta las últimas consecuencias, recordando que disfruta del poder y de la mujer que aquel tuvo.
"(...) como si mi padre fuera, lo defenderé y llegaré a todos los medios tratando de capturar al autor del asesinato (...)" (vv. 265-266)
¡Qué difícil marchar hacia la propia condena creyendo que se va en camino a otra victoria! Mientras, otros enterados de nuestra realidad, sobre la cuál no pueden intervenir por su condición de espectadores, nos ven avanzar hacia nuestra desgracia. Es avanzar con paso de vencedor llenos de confianza en nosotros mismos sin notar que el camino que recorremos es una espada emponzoñada de doble filo. Mientras, nos sentimos superiores a quienes nos rodean. Horrible situación y, sin embargo, ¿cuántos poderosos deciden vivir así?

Coro de la Universidad de Tokio. Instituto griego de la tragedia. Las suplicantes, 1968

Continuando con el recurso de paralelismos y contrastes que vemos desde el prólogo, mientras al comienzo Edipo tranquilizaba al sacerdote de Zeus con el anuncio de la consulta de Creonte al oráculo de Delfos, aquí el Coro le sugiere pedir el consejo del ciego Tiresias. Claro está, no sólo Edipo está de acuerdo con el consejo si no que ya lo ha llevado a cabo y espera al adivino. El Corifeo se refiere al rumor sobre Layo muerto a manos de unos caminantes. Antes de que entre Tiresias, Edipo le dice al Corifeo: "El que no tiene temor ante los hechos tampoco tiene miedo a la palabra." (v. 296)

Tiresias llega reacio a responder las preguntas de Edipo. No cabe en su soberbia que alguien se atreva dejar sus preguntas sin respuesta; ha prometido encontrar al asesino de Layo y Tiresias es un obstáculo ante ese objetivo. Su motivación auténtica no es encontrar la verdad, como lo demostrará el desarrollo de los hechos, sino mantener ante su pueblo su imagen de autoridad que surge de su efectiva inteligencia. Antes de que lleguemos al primer cuarto de la obra, Tiresias nos revela el misterio: "Afirmo que tú eres el asesino del hombre acerca del cual están investigando." (v. 362.)

Quien necesite un ejemplo claro y efectivo de primer punto de giro, encuentra aquí uno. El objetivo de Edipo se ha cumplido: ya sabemos quién es el asesino de Layo. Pero esto no significa la resolución del conflicto sino que se incrementa: Edipo escucha la respuesta a la pregunta pero no la acepta. Al enfrentarse a la verdad, esta resulta ser una amenaza capaz de destruirlo. No responde a ella con el impulso de la inteligencia sino que, soberbio e insolente, acusa a Tiresias de conspirar con Creonte.

Aunque en el prólogo Edipo manifestó que lo motivaba el interés por su pueblo, al verse responsable del crimen que ha prometido castigar, demuestra que sus verdaderos intereses son totalmente egoístas. Y es aquí que agradecemos el talento de Sófocles porque, en lo que sigue, nos irá develando que la soberbia del poderoso es expresión del miedo que llega a inspirarnos una verdad dolorosa.

Louis Duveau. Edipo y Antígona desterrados de Tebas, 1843

Aunque el incesto resulta un tema atractivo para una época en la que contamos con argumentos para oponernos a esta práctica, no es el tema principal de Edipo Rey. Más bien, muestra cómo, ante una verdad aterradora una persona con poder somete su inteligencia a su soberbia. Y visto en términos dramáticos ¿no resulta aterrador descubrir que se es asesino del padre y esposo de la madre?

Aparte del profundo interés que el concepto freudiano desarrollado a partir de este personaje, consideramos que la obra se mantiene vigente porque nos muestra el poder de la verdad, incluso sobre algo que parece tan indestructible como la soberbia del poderoso. Sobre todo porque, como lo demuestra la Historia, la sinceridad y la honestidad nunca han marcado los métodos de los opresores. Más bien parece que el engaño, las mentiras y falsificaciones les son imprescindibles.

Armand Point. Edipo y la esfinge, c. 1890

Ese miedo que hay tras todo opresor, que en el fondo sabe que sus acciones pueden volverse en su contra, es la realidad que explica la contradictoria decisión de apelar a la soberbia cuando se tienen como opciones la razón y la inteligencia. Es este miedo el que explica por qué, como Edipo, muchos deciden abocarse a la desgracia antes que enfrentar la verdad. Dirán los lectores que estas actitudes también se encuentran entre los oprimidos. Es cierto, en condiciones normales las ideas que se imponen en una sociedad son las de su clase dominante. Empero, los tiempos están cambiando. Vivimos una época de crisis; días de "peste" en los que la muerte nos amenaza por todos lados, en los que la aridez y los desastres naturales son una posibilidad auténtica. Asimismo, la verdad empieza a salir a flote, las caretas se desintegran y cuánto más intenta el opresor disimular su carácter, más se delata. Al igual que Edipo, su final está marcado por la desgracia y cuanto más insisten en esa soberbia, mayor es la velocidad con la que se aproximan a lo inevitable. Depende de los oprimidos preparar la construcción de ese mundo basado en la razón y comprometido con la verdad que deberá reemplazar el mundo de los opresores. Un mundo en el que "(...) el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos." (Marx & Engels. Manifiesto del Partido Comunista. En Obras escogidas. T. I, p. 43.)















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