DEL PAÍS DE BELLA FLOR AL DESENCANTO

 Por: Diego Beltrán.

@MusaParadisaca3


En 1972 el realizador bogotano Fernando Laverde estrenaba su cortometraje En el país de Bella Flor, un filme animado con técnica de stop-motion que contaba la historia de un país pequeño, gobernado por un déspota que buscaba vender las flores arduamente sembradas por sus pobladores a un robot norteamericano, a cambio de consumir sus productos. Los personajes, al inicio, permiten la llegada de la máquina y la celebran, pero un burro y un pájaro cantor, llamados Américo y Picofino, revelan el deshonesto negocio escondido detrás y llaman a un levantamiento. Al final, en medio de represión y bajo el grito de: “¡Compañeros, se trata de tener patria o no tenerla…!”,  apuntan un cañón contra los antagonistas y ganan: se hacen dueños de su destino.

La historia pretendía contar la Colombia rural de la época con su diversidad y complejidad pero haciéndola amable para un público infantil. La idea había nacido en un taller de guión en la Argentina al que la Unesco había invitado al director. En él, Laverde, se dio cuenta de la necesidad de historias nuevas para la infancia, descubrió una Latinoamérica en lucha y reconoció a su país silenciado sin oportunidades para contarse. Impulsado por esos descubrimientos decidió poner a andar el proyecto aprovechando su conocimiento sobre animación adquirido por varios años en España, donde dirigió seriados animados.

Aunque no fue muy popular entre el público y de hecho se daba por perdido hasta que en 2007 fue recuperada una copia en Francia, el cortometraje fue un antes y un después para su director. Tiempo atrás había hecho una carrera en la televisión colombiana durante el periodo de Rojas Pinilla hasta que llegó un momento en que se cansó de la televisión y, enamorado del cine, se aventuró a crear. Fue entonces cuando se fue para Europa junto con su familia y pudo conocer la animación. Su carrera tomó una dirección concreta al regresar al país y así mismo cultivó un punto de vista social y político. Sus películas más conocidas son La pobre viejecita (1978),  Cristóbal Colón (1982), o Martín Fierro (1989). Tuvo una fructífera carrera para la época haciendo otros filmes y seriados con temáticas históricas, medioambientales y políticas. Dio muestra de una creatividad y curiosidad social latentes, pero sobre todo de una necesidad de contar al público infantil y adulto historias propias por encima de las grandes majors que lo devoraban todo en las carteleras, por encima de Disney y sus exitosos dibujos animados.

Y es que a pesar de su buen arte fue muy cuestionado en su momento por sus “pretensiones” cinematográficas. Valga de ejemplo la entrevista hecha para la revista Cinemateca cuadernos de cine colombiano. No. 15 (feb. 1985) donde le llaman la atención por atreverse a hacer cine que competía en cartelera con Spielberg, usando una técnica nada barata y un mensaje, según el entrevistador, poco apto para niños y niñas. La respuesta dada por Fernando Laverde exponía lo que significaba hacer cine en Colombia en ese entonces y lo que significa trabajar los géneros y los estilos en referencia al cine infantil. Conclusiones perfectamente aplicables a nuestra actualidad.


“Yo creo que la obligación de un cineasta de cualquier parte del mundo es, de alguna manera, la formación. Y más en países como los nuestros, donde hay una carencia total de material cinematográfico para los niños; entonces yo, en la pobre medida en que puedo, trato de subsanar un poquito ese déficit haciendo películas con temas nuestros para los niños nuestros. Pienso por otra parte que los intelectuales, los escritores, los artistas en nuestro medio han hecho caso omiso del público infantil en todos los sentidos. Yo leo literatura infantil, toda la que puedo, compro mucho librito y no he visto, con toda sinceridad, nada hecho como una cosa realmente bien sentida y bien pensada para el niño colombiano.” (pp. 17-18) 

Más adelante: “No se trata de simplificar los procesos. No es lo mismo hacer una secuencia de una película, que hacer unas botas pantaneras. Mientras más rápido hagan botas pantaneras más plata se gana. Pero ... mientras más reflexión y más cuidado se le ponga a una secuencia de cine, del que sea, mejor va a resultar. Yo creo que ahí hay una gran contradicción, una enorme contradicción. Vivimos en un país que ni siquiera es industrializado y estamos pensando en la animación por computador. Eso me parece, de principio, absolutamente irreflexivo, totalmente imposible, porque nosotros vamos a la zaga del mundo y del mundo cinematográfico, por lo menos los 80 años que tiene el cine. Yo creo que debemos hacer la carrera completa. El consumo de nuestro cine es mínimo, entonces yo no veo por qué tratar de brincarse etapas; si no puedo competir, prefiero ser un eslabón extemporáneo dentro de un proceso firme de la cinematografía nacional. Aquí las cámaras cinematográficas duraron guardadas muchos años, los modelos han cambiado; sin embargo, yo persisto en darle utilización a esos elementos, porque no se puede descontinuar una cosa que no se ha usado. Yo creo que debemos vivir nuestra historia del cine. Me parece el gran error compararse, traer el nombre Spielberg aquí, me parece inconsecuente. No se puede hacer ninguna comparación. Tampoco creo que se deba dejar de hacer cine por esa razón. Es como si de pronto se resolviera que hay que dejar de escribir novelas o cuentos porque resulta que los best sellers son una cosa que garantiza una respuesta económica mejor. Además el cine nacional, cualquiera que sea, tiene el problema de la comercialización. Aquí viene por ejemplo un James Bond, precedido de toda una campaña publicitaria desde iniciada la filmación de la película, los premios que se ha ganado, las veces que se ha divorciado el señor, toda una serie de cosas que llenan las revistas. Aquí una pobre película colombiana sale ya con la reticencia del público y de los periodistas y hasta de la gente que pretende verla.” (pp. 19-20)

Princesa Diana y Roger Moore en el estreno de la película
"James Bond: A View to a Kill" (1985). 

Por supuesto hay que salvar distancias y comprender que la industria nacional, aunque quedada, ha dado  pasos significativos y, por lo menos en lo técnico, tiene poco que envidiar a lo extranjero; incluso, tiene grandes perlas en lo narrativo. Pero esa baja autoestima que describe el autor persiste y quedó en evidencia con la polémica que motivó la película de Disney, Encanto (Bush, Howard & Castro Smith, 2021), que parece habernos redescubierto y nos cuenta como si nunca nadie nos hubiera contado, o por lo menos eso dicen muchos de sus defensores.  En este espacio publicamos hace poco algunas ideas sobre dicha película y el aluvión de mensajes en contra no se hizo esperar: ataques personales que llegaron al insulto y acusaciones de nacionalismo o falta de éste fueron algunas de las respuestas. Parece que el mensaje de la película de unión y tolerancia no es llevado a la práctica por sus adeptos.

Volviendo a las palabras de Laverde, es evidente que las grandes plataformas nos han acostumbrado a que existen categorías de cine dirigidas para igual categorización de público, diferenciándose por su capacidad económica e intelectual y excusando detrás de ese discurso cualquier mensaje. Lo mismo se ha hecho blanqueando a los monopolios de la industria que por ser grandes emporios parecieran tener el derecho de tomar un discurso y hacerlo propio para mostrarlo como se les da la gana, mientras por el camino roban la oportunidad a grupos menos poderosos o incapaces de competir.

Otra conclusión importante de las palabras de Laverde y que tres décadas después se pueden seguir empleando, es la de la importancia de la fantasía y su uso con las nuevas generaciones. Contarnos como país, en sus raíces, no tiene porque significar horas de pantalla, crueldad y  ríos de sangre explícitos, todo lo contrario. En la filmografía de este animador podemos encontrar la genialidad narrativa y cinematográfica que puede resumir una verdad en pocos minutos usando la imaginación y la economía del lenguaje narrativo. Además, apunta a contar de manera pedagógica a sus espectadores infantiles sin subestimarlos. Es decir, no es necesario recurrir al naturalismo para contar una realidad, cualquier cuento clásico infantil da muestra de eso, desde Esopo hasta los hermanos Grimm.Viendo lo anterior se pregunta uno: Si en vez de regalar la economía a los privados extranjeros se hubiese apoyado a la industria nacional, ¿qué tan lejos habríamos llegado?


Seguro que las cosas habrían sido diferentes pero, no vale la pena hundir la cabeza en hipótesis necias. La verdad es que un análisis crítico ya genera un punto de vista distinto y más honesto, sólo hay que hacer el ejercicio de comparación. El país de Bellaflor culmina con todas las clases oprimidas en unión para reconstruir el país mientras “Encanto” llama a la unión de todas las partes aprovechando nuestro pasado trágico. El llamado de Laverde era nacionalista y no iba más allá de la necesidad de un avance progresista, al igual que el mensaje que hoy quieren defender los pequeñoburgueses a los que les encanta la película de Disney. Pero la verdad es que el filme de 1972 resulta más revolucionario porque por lo menos propone un avance desde una base antiimperialista y de división de clases evidente, no romantiza a la clase dominante. La de Disney solo es complaciente. Ese es, por supuesto, su discurso, el de la gran empresa que tiene derecho a mostrar la realidad como a conveniencia pero no tiene por qué ser adoptado por nosotros como algo sensacional, mucho menos con ánimo sumiso.

Se entiende semejante posición de una clase de pequeños propietarios y académicos que por naturaleza vive en pugna con sus formas, pues es incapaz de avanzar y siempre está en riesgo de caer; un discurso reaccionario de paz y entendimiento entre clases puede parecer la salvación pero bajo la situación actual resulta imposible. Para el cierre del 2021 el 39,4 % de las microempresas nacionales observaron una baja en su producción y con la subida de las materias primas el año 2022 no pinta mejor. En consecuencia, si para esta clase las cosas empeoran, qué podríamos decir de los trabajadores y campesinos pobres, siempre abandonados a su suerte en las zonas rurales.

Lo anterior contrasta con las ganancias percibidas por los grandes capitales nacionales. Para el segundo trimestre del año pasado el Grupo AVAL del empresario Sarmiento Angulo presentó ganancias históricas por $950 mil millones. Por supuesto esto no es sólo una cuestión de Colombia, lo mismo pasa en todo el mundo, el problema es el sistema. Algo similar pasa a nivel cultural.


Las soluciones para nuestro país no van por el camino de la conciliación entre clases o la magia. La magia no cambia la realidad puede, quizás, entretener pero no se conjuga con el presente. No se trata de la fantasía sino comprender que podemos ir más allá de las ideas dominantes y que una buena ficción es bien recibida si llega por las vías adecuadas. El éxito de la película de Encanto radica en la necesidad de reconocimiento de unas mayorías que se aferran a lo que pueden, a lo único que se les ofrece; generalmente, lo único que conocen. Seguramente, con más opciones ante sí podrían ampliar su punto de vista particular sobre la realidad.

Un éxito en taquillas, con Óscar incluido, no asegura un producto con ideas profundas y calidad artística, sólo señala un éxito comercial. Ejemplos de películas que históricamente parecieron ser superiores a otras hay muchos, pero el tiempo las ha dejado en el olvido y le ha dado el reconocimiento a las que lo merecían. El logro de un filme apto para todo público con sensibilidad humana y artística  se puede hallar en las comedias de Chaplin, quien además cultivó un punto de vista de clase y lo desarrolló en un personaje característico y universal. Su Vagabundo, a pesar de pertenecer a un lugar socioeconómico determinado, con unas emociones, acciones y psicología particulares, no resulta odioso o incomprensible. Tampoco es pretencioso o falso. Lograr semejante proeza es el resultado de una conjugación de elementos entre los que sobresale una forma única de ver el mundo y el saber cómo expresarla. Si se ignora eso y se le da prioridad a narrativas tradicionales es imposible construir ningún criterio cinematográfico.

Hoy la industria del cine está en bancarrota creativa, no es la misma del siglo pasado, con sus grandes ideas, espacios independientes y producciones gigantescas con más o menos arte en su interior. La crisis le ha llevado contra las cuerdas, ideológicamente hablando, y para mantener sus ganancias le apuesta a lo seguro, es por eso que recicla historias e invade mercados internacionales. Todo esto es viejo, pero su decadencia se ha ido recrudeciendo hasta llegar a su límite, convirtiéndose en una especie de rey Midas que corrompe todo lo que toca con su gastada visión del mundo. Esa visión es sólo el reflejo de la decadencia filosófica del sistema y sus líderes.

Lo mismo encontramos en el escenario político y el movimiento social: la oferta es nula, apenas si hay opciones y ante la primera promesa se abren brazos encantados. Ante una propuesta revolucionaria, más que abrir los brazos, habría organización para la lucha. No obstante, esas son cosas que exigen de la participación activa de todos y todas por lo que hay ciertas experiencias que se deben vivir. Es momento de ir más lejos, la solución no es de unos pocos, la solución no es dejar que otros nos cuenten y celebrarlo, ni aceptar de manera acrítica la voluntad de los demás y sus mensajes envenenados. La solución está en nuestras propias manos, las de la clase trabajadora y las clases desfavorecidas. Estas deben comenzar a construir en colectivo opciones para sí mismas y al mismo tiempo exigir una inversión en la educación, en el arte y en la formación de público, una inversión real y segura que involucre a todos esos que nunca han tenido la oportunidad de contarse. Sólo ahí habrá el descubrimiento de nuevas estéticas e historias capaces de liberarnos del yugo de las voces de siempre. Suponer que eso se logrará acompañando a las mismas élites eternas es un error tan grande como el de pensar que con una película foránea vamos a encontrar identidad. El cambio lo logramos nosotros y sólo nosotros, las bases separadas de las castas corruptas y asesinas. El cambio es el camino a la revolución y la revolución misma para poder encontrar una Bellaflor libre y socialista.





Comentarios

  1. Que patético discurso, le metieron socialismo y y hasta el grupo Aval para poder tener un disque argumento a su favor, y mas patético aún es citar a Laverde como si sus palabras fueran la única verdad valida y no pudiera estar equivocado, el autor de este artículo es el tipico " si me vi la pelicula pero el libro es mejor" solo para llamr la atención, al tener un vacío argumentativo REAL!!

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