ELECTRA, DE EURÍPIDES: DESGRACIADA VENGANZA

 

Por Jonathan Fortich




Electra, estrenada por Eurípides en el 413 a.n.e., tiene por epónima de su título y protagonista a la hija del Atrida Agamenón. Ella, llorando cada día al padre asesinado, desea vengarle pero no cuenta en la vida más que con las miserias propias de ser la esposa de un honrado labrador. Es él quien nos introduce a la acción que se desarrolla ante su casa en las afueras de Micenas, junto a la frontera de Argos; lugar al que se llega por una subida empinada. Es el momento de oscuridad que antecede la llegada de la Aurora, “de rosados dedos”.

Electra aparece con un cántaro sobre su cabeza rapada, el peplo que lleva está hecho jirones; divide con su marido los trabajos de la jornada y salen. Por el otro lado entra su hermano Orestes, acompañado de su silencioso amigo Pílades. Orestes es rubio, tiene una cicatriz junto a la ceja y va armado de espada. El viejo ayo lo arrebató a ocultas de su madre cuando iba a morir a manos de Egisto, asesino de su padre y amante de su madre, y fue criado en el país de Focea. Ya en Agamenón, de Esquilo, había profetizado Casandra que a Orestes lo traería “(...) la plegaria de su padre muerto.” (v. 1291. En: Esquilo. Tragedias. Madrid: Ed. Gredos, 1986)

Orestes, desgraciado héroe, le cuenta a su amigo que en la tumba de su padre, fuera de los muros de la ciudad, ofrendó un mechón de su pelo e inmoló una oveja; además, le comparte su intención de buscar a su hermana y hacerla cómplice en su crimen. Esta ofrenda que sirve de símbolo de reconocimiento parece imprescindible para contar la historia, hasta para Eurípides, siempre aficionado a alterar las tradiciones míticas. Lo que sí parece ser una alteración es el descubrimiento del mechón por un tercero. Entendemos, aparte del signo de duelo, la importancia dramática de ponerla rapada: retrasa el reconocimiento, ya que, según las distintas versiones, estos hermanos tendrían igual pelo.






La estructura de la obra no presenta propiamente un párodo; es decir, el canto que marcan la entrada del coro, “(...) sino un canto lírico alternado con Electra, cuya función es profundizar líricamente aún más en la situación de que arranca el drama (soledad y dolor de la protagonista, abandono por parte de los dioses, etc.)” (José Luis Calvo Martínez. En: Eurípides. Tragedias II. Madrid: Ed. Gredos, 2000. p. 212.) El coro, a su vez, resulta interrumpiendo la intención de Orestes de acercarse a su hermana, a quien cree una campesina más.

El diálogo entre Electra y el coro presenta una situación que resulta bastante moderna: un grupo de mujeres visita a una joven sumida en la tristeza y la invitan a una fiesta. Bueno, tres días de fiesta —y que se vea de dónde nos surge el interés por la Antigüedad Clásica. Es una escena recurrente en melodramas y comedias adolescentes, sobre todo en formatos de serie. Otra vez, Eurípides parece estar más cerca de anunciar el melodrama moderno que de acomodarse a las tradiciones de la tragedia ática; no sólo por la situación en sí sino que esta, además, permite que Orestes reconozca a su hermana en esa joven entregada a la peor de las tristezas. Él se le muestra primero como amigo de su hermano.  A partir de esta confianza, Orestes se pone al tanto de la situación y surge la primera esperanza que tiene Electra de vengar la muerte de su padre. Orestes, sin embargo, aunque tiene la intención no tiene el mismo impulso que su hermana.

La confianza ganada por Orestes le permite entablar diálogo amistoso con el labrador que, naturalmente, ignora que le habla a su cuñado. Orestes encuentra en el labrador los valores más nobles siendo una persona humilde. Hoy esto suena a cliché pero para las convenciones poéticas de esos días la norma era que los valores más altos se encontrasen en los héroes que, en general, venían de clases privilegiadas. De hecho, las más altas cualidades morales de la obra las encontramos en este personaje que ni siquiera tiene un nombre propio y se le llama por el oficio que ejerce; una auténtica lección para Orestes que se tardó en reconocer a su hermana, particularmente porque su primer juicio resultó de fijarse en su rural indumentaria.

Es probable que lo que encontramos de moderno en Eurípides sea la presencia en su teatro de la experiencia de la democracia ateniense. Este particular régimen político en el que los hombres libres de una ciudad-estado regían los destinos de esta colectivamente, permitía plantear dudas y hacerlas objeto de discusión. Esto no llegó a poner en riesgo la autoridad religiosa pero sí permitió a algunos miembros de este tipo de sociedad, cuya libertad resultaba de la esclavización de muchas mujeres y hombres, tocar los límites de las leyes divinas e, incluso, modificarlos en la medida en la que su sociedad se desarrollaba.

En general, el teatro griego es una fiesta religiosa que funciona como escuela de formación política. Se entiende que en un entorno como este ciertas ideas se pongan en duda. Así, Orestes descubre que:

“He aquí un hombre que se ha revelado excelente sin ser grande en Argos ni orgulloso de la reputación de su familia. Un hombre que pertenece a la mayoría. ¿No vais a entrar en razón los que andáis por ahí llenos de prejuicios hueros? ¿No vais a juzgar a un hombre noble por el trato y por su forma de ser? Hombres como éste gobiernan bien los Estados y sus casas; en cambio esos cuerpos vacíos de juicio son adornos del ágora. Tampoco es cierto que un brazo fuerte aguante la lanza mejor que uno débil. La entereza reside en la naturaleza y en el valor.” (vv. 380-390. Ibíd. p. 237.)

Y efectivamente encontramos más valor y resolución en el labrador que en el noble Orestes. Éste, a pesar de su fortuna y formación, como un precursor de Hamlet, duda cumplir con la venganza a la que su situación lo llama. Aquel, por otra parte, soporta cada día con nobleza los trabajos que le impone su condición y defiende los valores en los que cree a pesar de los ataques que sufre. Por cierto, nos preguntamos si el recuerdo de estas líneas estuvo presente para los hermanos Hugg durante la escritura de “You’re a Better Man Than I”. 

Electra se estrena catorce años antes de la muerte de Sócrates. Este filósofo ágrafo que sobre todo conocemos como personaje principal de los Diálogos de su discípulo Platón, sostiene en Gorgias la siguiente discusión con Polo, que representa lo que hoy varios llamarían “el sentido común”:

“Seguramente, Sócrates, que ni siquiera del rey de Persia dirás que sabes que es feliz. 

SÓC. — Y diré la verdad, porque no sé en qué grado está de instrucción y justicia. 

POL. — Pero ¿qué dices? ¿En eso está toda la felicidad? 

SÓC. — En mi opinión sí, Polo, pues sostengo que el que es bueno y honrado, sea hombre o mujer, es feliz, y que el malvado e injusto es desgraciado.” (Platón. Diálogos II. Madrid: Ed. Gredos, p. 59)

El desarrollo de esta sociedad llevó su filosofía del materialismo al idealismo, poniendo como prioridad la ética. Una convención de la tragedia que no podía faltar es el relato del mensajero. Orestes, de acuerdo a su carácter, no ha enfrentado a Egisto en combate singular sino que se ha valido del engaño al hacerse pasar con Pílades como tesalios.




Egisto, se preparaba para ofrecer sacrificio a las Ninfas y, al verles, les invita a participar del banquete. Sacrifica al ternero e insta a Orestes a despiezarlo. Él lo hace con rapidez y Egisto examina las entrañas que, recordemos, era uno de los tantos medios de adivinación de los que se valían los griegos. El rey usurpador le expresa a quien cree un extranjero su temor de ser asesinado por Orestes. Y aquí debemos citar a nuestro admirado mensajero:

“Y mientras se agachaba, tu hermano se puso de puntillas, le hundió el cuchillo hasta las vértebras y le desgarró los músculos de la espalda. Todo el cuerpo se convulsionó de arriba abajo y daba alaridos mientras moría de mala muerte.” (vv. 840-844. Ibíd.)

Así, Orestes es recibido por su hermana como el mayor de los héroes y aquel la insta a maldecir al cadáver de Egisto; un discurso que termina diciendo:

“(...) que nadie crea que ha vencido a Justicia, por haber corrido bien el primer tramo, antes de que se acerque a la línea y doble la meta de la vida.” (vv. 955-957. Ibíd.)

El siguiente paso es matar a Clitemnestra, pero Orestes pregunta a su hermana “¿Cómo voy a matar a la que me crió, a la que me parió?” (v. 969. Ibíd.) Luego de escuchar a Electra, Orestes acepta su misión sin estar muy convencido de ella. 

Clitemnestra, a quien han hecho creer que Electra ha parido un hijo del labrador de acuerdo a lo planeado por ella y el anciano, llega y expone todas las justificaciones de sus crímenes. Esto no vale para la joven que considera que su madre y su tía Helena, la mujer de Menelao, son igual de indignas. Ella, en cambio, ha aprendido que: “Quien casa con mujer malvada por su riqueza o noble cuna es necio. Casamiento modesto, pero prudente, es mejor en una casa que matrimonio notable.” (vv. 1097-1099. Ibíd.) Por supuesto, Clitemnestra no se ha enterado del asesinato de Egisto. Entra a la casa del labrador convencida de que asistirá a un sacrificio por la décima luna del nacimiento de su supuesto nieto. Entra, y desde la choza se escuchan las lamentaciones de Clitemnestra sacrificada por sus hijos.

En el Gorgias, Sócrates dirá a Polo:

“(...) el que obra mal y es injusto es totalmente desgraciado; más desgraciado, sin embargo, si no paga la pena y obtiene el castigo de su culpa, y menos desgraciado si paga la pena y alcanza el castigo por parte de los dioses y de los hombres.” (Platón. Ibíd., p. 62.)

La ejecución de la venganza no lleva tranquilidad a los hermanos. Por el contrario, tienen un reconocimiento: que el coro pone en palabras: “Has cometido el más terrible crimen” (v. 1226). Para desenlazar la historia el autor recurre a su tan condenado deus ex machina (“el dios que baja de la máquina”; en griego: «ἀπὸ μηχανῆς θεóς» - apò mēchanḗs theós): aparecen los Dióscuros, Cástor y Polideuces, hermanos gemelos de la madre asesinada. 

Cástor ordena que los hermanos se separen: Orestes deberá entregar a su hermana en matrimonio a Pílades para luego huir a Atenas donde, suplicante, abrazará la imagen de Palas Atenea para salvarse de la furia de las Keres (las Erinis vengadoras). Los hermanos se despiden con la dolorosa certeza de no volver a verse más. Cástor se despide diciendo “(...) que nadie prefiera delinquir ni ser compañero de viaje de los perjuros.” (vv. 1355-1356)



Hoy el idealismo sigue preponderando en las artes y en muchas dinámicas de nuestra sociedad pero, los tiempos son otros. La burguesía no se toma el más mínimo esfuerzo por fijarse en las contradicciones entre las condiciones de vida y los valores éticos de las clases oprimidas. Ya de antemano establece sus prejuicios al respecto como verdad absoluta y, sin mostrar el más mínimo respeto, establece verdades absolutas que valora como “sentido común”. De repente, los pobres tenemos que proyectar una imagen que responda a sus patrañas, de lo contrario, algo estamos haciendo mal. Así, el indígena debe conservar su cultura y estilo de vida, así le haya sido arrebatado para el sostén del capitalismo; el obrero no se puede pronunciar contra el capitalismo si emplea alguna parte de su salario en adquirir algún bien o servicio que provenga de la gran industria; el estudiante debe aceptar lo que la academia declara avanzado aunque los Ph. D. ni siquiera se tomen la molestia de estudiar las ideas que condenan; el labrador sólo puede ser una suerte de auxiliar del ambientalismo pequeño burgués respetuoso de la propiedad privada.

Hoy no hace falta perjurar cuando se puede ser hipócrita y cobrar por ello, los planteamientos y reflexiones éticas se elaboran a partir de las exigencias del mercado. La crisis del idealismo es otra más de las manifestaciones de la crisis general del sistema capitalista. Destruir este sistema que nos ha despojado de todo es la única “venganza” capaz de hacernos justicia.

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